No pensé nada más que en
él, rece y rece porque él no estuviera metido en todo esto, porque él no
estuviera en el bando de mi padre. Al ver a Zachary vi en sus ojos a mi madre, ella que
había puesto en él toda su confianza y que probablemente le había contado toda la verdad.
Entonces comprendí aquel afán de estar con ella, él era el puente seguro a
nosotras no más. Zachary se levantó evitado mi mirada y bajando
la vista salió del parking. Yo
sin embargo me preparé para las primeras palabras de mi padre
-Estás más alta- me dijo
mi padre en un penoso intento de mantener una conversación.-Vamos te
llevaré a un sitio seguro para que te curen esa herida.
-¿Se supone que el sitio
seguro es contigo?
-Venga Alexandra no seas impertinente con tu padre.
-Tú no eres mi padre-le
contesté segura aunque mis piernas temblasen.
-Por mala o buena suerte
si lo soy y ahora vas a venir conmigo si no quieres que a esos estúpidos amiguitos tuyos se los coma el fuego
¿entendido?- su cara se volvió dura, me cogió con fuerza del brazo y me sacó
del parking. La ciudad seguía
dormida y la noche aun la dominaba. En el asiento de un elegante coche negro me
llevé un hora, no sabía a donde iba pues los cristales del coche estaban muy cuidadosamente tintados, apartando de mi vista algún
haz de luz, alguna pista de hacia dónde me dirigía.
Cuando al fin la puerta
se abrió la luz del día me molestaba en los ojos mi padre con unas gafas
oscuras y una reluciente sonrisa en la cara me sacó del coche. Mi padre, sus
facciones de piedra no habían cambiado nada, sus grandes ojos marrones aún
seguían vivos y su pelo castaño aún mantenía su color. Lo primero que vi fue un
paisaje abierto, muchos árboles amontonados y unas poco modestas casonas
repartidas a cientos de metros entre ellas, seguramente estuviéramos a las
afueras de esta gran ciudad una familia cruzaba la carretera y apenas ponía
atención en nosotros cuando mi padre disimuladamente me agarraba aún más fuerte el brazo
sin entender que no iba a poner resistencia alguna. Entramos en una gran
mansión de piedra escondida entre los altos árboles, tenía dos plantas con un
bonito porche de madera verde igual que las ventanas que acariciaban la
fachada. Sentada en el porche, ella, si la chica de mis sueños a la que ya
podía llamar Tara.
Mi padre siguió
apretándome el brazo hasta que entramos en la casa. 3 escalones y ya estábamos
dentro. El interior de la casona era totalmente distinto a su fachada. Tenía un
aire antiguo, lo que más me llamó la atención fueron las paredes, si,
totalmente adosadas con formas de colores, rozando los
verdosos y rojizos, pero solo hasta la mitad donde comenzaban otra clase de
dibujos esta vez formando mosaicos marrones. El suelo era de mármol, un mármol
reluciente donde podía ver reflejada mi imagen, no había muebles dándole una
sensación de soledad a aquel peculiar recibidor. Tres escalones más y comenzaba
la escalera que acompañaba al suelo también de mármol. No tenía aquellas
barandas a la que estaba acostumbrada si no que era una media pared más, pero
acabada en formas que nacían en el propio cemento. Al principio de la escalera
una forma conocida, quizás la forma que yo más había mirado en el tiempo que
llevaba en Escocia. Allí al pie de la escalera se alzaba el águila que en mi
colgante abrazaba el zafiro, dándole sentido a aquel regalo que mi padre me
dio.
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