Me quedé con su sonrisa de cal y esa pizca de luz que me hizo soñar de nuevo

El corazón tiene cuerdas que es mejor no hacer sonar. Charles Dickens.

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jueves, 18 de agosto de 2011

Página 46. No existe tal equilibrio

Quería sentirme segura de algo por primera vez desde que llegué y me sentí mal, pero sus brazos me arroparon fuerte y el miedo se fue. El sol salió abrazado por nubes ennegrecidas que anunciaban un día de lluvia. Me levanté en silencio, cogí una rebeca y salí al balcón, di un fuerte suspiro y cerré los ojos, dejando que la brisa alborotase mis pelos. Me puse las zapatillas y bajé al hostal para pedir algo de desayunar, nunca mejor dicho el hambre me comía por dentro. El mismo hombre que nos atendió el día anterior me dijo algo pero no le escuché bien y asentí sin saber lo que había aceptado. Por suerte solo fue un café caliente, que hizo reaccionar a mi cuerpo. En el hostal había si acaso unas seis o siete personas, alguien que leía el periódico, una pareja que reía, una familia que desayunaba en silencio y yo. Me levanté del pequeño taburete en el que me senté antes y eché escaleras arriba, cuando vi unos escalones que seguían subiendo y me picó la curiosidad. Escalones antiguos y desgastados. Abrí una mohosa puerta de hierro y salí al aire libre. Desde allí se veía todo y era precioso. Un bosque verde a la derecha y a la izquierda un contraste de altos edificios con grandes cristaleras, donde se reflejaban los pocos rayos de luz que quedaban. Escuché un ruido a mi espalda y me volví rápida, pero no había nadie. Me asomé al borde del hostal y volví a escuchar el sonido. Al volverme la vi, la chica de mis sueños y la de la nota, la chica que había estado atormentando cada uno de los minutos de mi existencia, y como no, volvió a sonreírme. Por desgracia no desapareció como por arte de magia, sino que se fue acercando cada vez más, hasta que yo me topé con el borde de la pared al ir retrocediendo a la vez que ella avanzaba. La chica vestía con la misma ropa de la última vez que nos vimos. Una ropa oscura que realzaba su tez blanca y reluciente. Pero esta vez no me atacó, sino todo lo contrario, me habló.
-No lo intentes – me dijo, cuando me vio mirando hacia la puerta.- veo que te has tomado unas pequeñas vacaciones, Nico ¿verdad?

-¿Qué quieres? ¿Por qué no me matas de una vez?- le dije alzando la voz.
-Que más quisiera yo – sus ojos me atravesaron.- Por cierto tu amiga... la rubia te manda recuerdos. Al principio no se le entendía con tanto griterío, pero con un par de... métodos, comenzó a hablar mejor, hay que ver lo tozuda que es ¿verdad?- se me paró el corazón.

-Tú no tienes a Caly, estás mintiendo -me intenté mantener serena.
-¿Ah sí? Si no me crees, puedes ir a verla si tú misma deseas hacerlo.
-¡Estás mintiendo! - grité, de pronto estaba con sus manos en mi cuello y con la hoja de un cuchillo acariciando mi estómago.

-Ve esta noche a los sótanos de la plaza vieja, a ver quién está mintiendo, ah y otra cosa, no vuelvas a gritarme porque no habrá otro que me impida matarte. - me susurró soltándome.- ve a ver a tu amigo, no tenía buena cara.

Y así se marchó, bajé rápida las escaleras y después de diez intentos de abrir la puerta entré en la habitación. Estaba todo patas arriba, las sillas rotas, la cama deshecha, los cristales rotos, la ventana abierta. Cerré la puerta y entré poco a poco intentando no pisar ningún cristal, a cada paso mi corazón se iba acelerando porque no veía a Nico, no le encontraba y la desesperación se estaba apoderando de mí.


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