Me quedé con su sonrisa de cal y esa pizca de luz que me hizo soñar de nuevo

El corazón tiene cuerdas que es mejor no hacer sonar. Charles Dickens.

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lunes, 18 de julio de 2011

Página 42. Me dijo que no fue su intencion

El resto de las dos siguientes horas, que fueron las que estuve con él, siguieron con más preguntas por parte de ambos, preguntas tontas pero que ayudaban a conocerse mejor. Descubrí que su comida favorita era el sushi, que odiaba el color blanco pero que el rojo era su preferido, le gustaba salir a pasear en la arena y buscar el premio en las bolsas de patatas, también me confesó que de pequeño soñaba con llegar a ser espía porque le encantaba ir por ahí sin que le viesen y que hasta hace cinco años aún creía en Papa Noel, esto último me hizo mucha gracia y él se puso colorado al verme reír. Le encantaban las películas de terror y las de amor le aburrían y quería llegar a dejar la isla para viajar por todo el mundo. A esto le siguió unos veinte minutos de un silencio muy incómodo en el que yo me entretuve arrancando el césped del suelo y contando las hormigas que iban paseando a mi lado. Despertándome de mi ensueño Noam se levantó decisivo.
-Tengo que irme ya, en una hora como poco se hará de noche y tu viniste andando ¿verdad?- me preguntó pasándose la mano por el pelo.
-Si- me hubiese gustado preguntarle donde iba a ir pero no quería parecer una de esas chicas obsesionadas en que él se ve a escondidas con otra o que simplemente solo las quieren por los besos o quién sabe qué más.
-Bueno pues...
-Nos vemos pronto ¿no?- mierda eso había sonado un ya te llamaré de esos que al final solo están para salir del mal trago. Intenté arreglarlo.- es decir, espero verte pronto, no quiero echarte de menos.- eso estaba mejor, porque una leve sonrisa apareció en su cara.
-Claro – me acerqué a su boca e intenté darle un beso, pero me retiró la cara.- ¿te llamo vale?
-Vale – y así. Sin más, se fue.
Me puse en camino con pasos ligeros y con cara de estúpida, apenas notaba la brisa fría que azotaba mi cara. En apenas 10 minutos llegué a mi casa, allí solo quedaba mi madre que al verme llegar me hizo gestos para que me sentase con ella en el sofá. Me quité los zapatos y cogí un cojín para apretarlo fuerte contra mi pecho intentando ahogar estas inmensas ganas de salir corriendo.


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