Me quedé con su sonrisa de cal y esa pizca de luz que me hizo soñar de nuevo

El corazón tiene cuerdas que es mejor no hacer sonar. Charles Dickens.

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viernes, 1 de abril de 2011

Página 36. La realidad de lo abstracto

-Nico, necesito saberlo- le miré a los ojos que tristes apartaron su mirada de los míos.
-Lo sé, pero no soy el indicado...
-Nadie es el indicado ¿verdad? Mientras tu buscas a la persona indicada yo me muero por los rincones de este maldito bosque Nico ¿no lo entiendes? Esto ya no depende de ti, si no de mí. Cuéntamelo. Cuéntame que me está pasando.- le corté, me miró con cara de lastima mientras yo me preparaba para todo.
-Prométeme que no me vas a hacer ninguna pregunta hasta que termine de contártelo todo.
-Me estas asustando...
-Promételo- me cogió de los hombros-Alex.
-Lo prometo.- me acomodé a su lado, su cara dura como una piedra me miró y suspiró yo en cambio tomé aire.
-Desde hace millones de años, incluso antes de que el hombre pusiese un pie en la tierra, ya el mundo estaba dividido. Pero no era una división de pobres y ricos, no era una división cualquiera, eran dos mundos que debían coexistir en uno solo, dos formas de vida, dos mentes distintas, pero un solo objetivo: tu mundo – me sorprendió la forma en que mencionó mi mundo, aquel donde él también vivía.- Los amagins eran la fuerza celeste, del día... de la luz, ellos tenía el objetivo de cuidar a su luz, a una vida nueva que nacía y se les asignaba, ellos debían guiar a su luz hacía el buen camino y alejarla de los otros.
-¿Los otros? Perdón.- no pareció molestarle mi pregunta, simplemente siguió.
-Sí, así es como se les llamaba al mundo de la noche, por decirlo de algún modo. Aunque no lo creas ellos también tenían su trabajo. Debían castigar a todo aquel que obraba mal y ponía en peligro la paz de las personas. Esta paz existía gracias al buen entendimiento de los amagins y los otros, dentro de lo posible claro, respecto a su función en la tierra. Ninguno de los dos ganaba pero tampoco perdían. Hasta que un amagins rompió su destino y escogió el camino de la codicia y el poder. El traicionó a su mundo y se entregó al mal, convenciendo a los otros de que aquí solo había sitio para uno. Gracias a él, ambos mundos se declararon la guerra. Una guerra donde no solo murieron amagins y seguidores del mal, sino que también murieron personas inocentes de este mundo. De tu mundo.
-¿Acabó esa guerra?- su amarga expresión siguió.
-Sí, gracias a un milagro que nunca se había visto entre estos dos mundos, un milagro que no se explicaron en esa época y que gracias a esa ignorancia se logró acabar con la guerra, un milagro llamado Larian Galei, mitad ángel mitad...- se quedó callado.
-Demonio. - acabé la frase que él no se atrevió a terminar.
-Solo él podía cerrar esa guerra, que los humanos podían ver y sentir. Solo él podía hacer que ambos mundos volviesen a su sitio y a su deber. Y lo hizo, forjó la espada y la clavó en el corazón del caído... del ángel caído. Al matarlo, mató también la confianza de los otros y todo volvió a su sitio, aunque antes de eso el caído se llevó a Larian con él, se formó un tratado que decía que los amagins y los otros no volvería a formar alianzas, y que cumplirían su deber por encima de todo, tanto nosotros los amagins como los otros, este tratado se mantiene aún, a partir de entonces la guerra se apagó. Pero ha vuelto a despertar, la han vuelto a despertar.
-¿Un caído?- pregunté.
-No, un demonio. Por ello su fuerza es aún mayor. Los mundos están en guerra y los otros tienen ventaja. Están muriendo mujeres, niños... todos.
-¿Y yo que tengo que ver en todo esto?- le pregunté confusa.

-Necesitamos de nuevo un milagro... Alex y tú eres ese milagro.

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