Me pasé el resto del día
y parte de la noche en otro mundo, pensando en todo y en todo a la vez, sobre
las 4 de la mañana volví a bajar abajo como la otra noche. Esta vez me quedé
sentada en las escaleras, ya que mi madre estaba hablando por teléfono con
alguien. Su voz tenía un tono alarmante que la tenía dando vueltas por la
habitación.
-Sabes
que no voy a hacer eso, es mía –ahora intentaba no gritar, quizás porque creía
que yo estaba arriba descansando.- No pienso dejar que nadie ni nada la aparte
de mi lado ¿entiendes? ¡Nadie! Y mucho menos tú Sebastian y mucho menos tú,
¿Cómo puedes querer utilizarla de ese modo? Es tu hija por el amor de dios.-
¿estaba hablando con mi padre? ¿Por qué decía que él quería utilizarme?
Apartarla de su lado…- no digas que fue creada para nada, no es una marioneta y
no voy a dejar que hagas nada con ella. ¡No pertenece a nada! Ella no es como
tu ni como yo y lo sabes. No vuelvas a llamarme.
Subí
rápida las escaleras porque mi madre venía pisándome los talones. No había
entendido nada de lo que mis padres habían hablado por teléfono y eso que
habían hablado de mí. Me iba a explotar la cabeza, ya eran tantas cosas en las
que pensar, que no podía más. Me acosté en la cama tapada hasta arriba, como si
así pudiera evadirme de todo y meterme en otro mundo. No lo conseguí pero al
menos dormí tranquila.
Lluvia.
Gotas de agua en los cristales de mi casa y un torbellino de paraguas de
colores, era lo único que se veía desde mi ventana. Nubes oscuras que tapaban
el sol de este día. Me gustaba la lluvia era señal de que las cosas cambiaban,
de que no todos los días son iguales, por suerte. Con unos vaqueros oscuros, mi
camiseta gris de cuello alto y mis botas de agua negras salí de casa. Esa
mañana no quería que me llevase mi madre al instituto aunque ella había
insistido en hacerlo, yo quería sentir cada partícula de lluvia recorrer mis
manos y mi cara. Porque eso me hacía sentirme bien. Porque necesitaba olvidar
lo que había pasado con Noam, en realidad necesitaba olvidarlo todo por un
momento. Las nubes empezaban a convertirse de un gris oscuro a un negro que
hacía que pareciese que era de noche. Llegué al instituto corriendo, pero aún
no había tocado el timbre que daba por empezadas las clases. Subí como un rayo
las escaleras y entré en clase, allí estaba Caly. Me dirigí a ella.
-Buenos
días- se giró y tenía los ojos rojos, parecía que había llorado o algo.- ¿te
pasa algo?
-Hola,
no te preocupes no me pasa nada.- dijo secándose unas lágrimas invisibles.
¿De
verdad?
-Claro
– me dedicó una sonrisa apagada.
La
clase empezó con el señor Tiner, de literatura. Las 3 siguientes horas fueron
un auténtico muermo, contando minutos y segundos para terminar cada una de las
clases y Caly no me volvió a dirigir la palabra.
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