Me quedé con su sonrisa de cal y esa pizca de luz que me hizo soñar de nuevo

El corazón tiene cuerdas que es mejor no hacer sonar. Charles Dickens.

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domingo, 24 de octubre de 2010

Página 22. Besos en secreto

Mi madre entró en la cocina empezando el interrogatorio de CSI.
- ¿Dónde vas tan temprano?
- A dar un paseo – si tenía suerte no me preguntaría nada más por el ensoñamiento que tenía todavía.
- ¿Con quién? – no caería esa suerte.
- Con nadie – le di un beso en la cara – se me hace tarde. ¡Adiós! – el adiós sonó desde el porche.
Me senté en la parte más baja de las escaleras del porche, para que mi madre no pudiese verme, eran las 12 menos cuarto. Me di cuenta de que no sabía si Noam vendría en coche, andando, o no se… solo lo había visto conducir pocas veces y casi siempre con el coche de mi madre. Justo a los 5 minutos un coche negro, un Picasso en concreto entró en el camino de mi casa. Me levanté de un salto y me dirigí al coche que se había parado a unos metros de mí. Entré en el coche después de ver a mi madre mirando por la ventana, y mierda, me había visto. Con suerte se habría levantado con buen humor y olvidaría el tema. Noam venía realmente perfecto. Unos pantalones llenos de bolsillos vaqueros con un polito verde que le hacía resaltar aún más esos ojos. Unos ojos que estaban tapados con unas gafas de sol. Pero que una sonrisa inigualable les hacía sombra.
- Buenos días.
- Buenos días, ¿A dónde vamos? – todavía no sabía eso.
- Es una sorpresa – explicó – estas muy guapa con el pelo así deberías ponértelo más– aparté la mirada rápidamente.
- Gracias.
Miré animadamente por la ventana, demasiado creo yo porque empezó a reírse. Pasamos por un puente que cruzaba un río, los arboles cada vez empezaban a atraparnos más ¿Íbamos al bosque? No lo sabía y tampoco me importaba. Estaba tan atenta a todo, sus manos, su boca…todo. Al final aparcó en un pequeño parador. Nos bajamos del coche y sacó del maletero una gran bolsa.
- ¿Qué llevas?
- Comida, ¿Qué picnic es verdadero sino hay comida? – me quedé callada.
Llegamos al sitio más bonito que había visto en mi vida, resulta que justo detrás de esos espesos arboles estaba el mar, más bonito que nunca. Nos sentamos en la arena apoyados en una gran piedra que había allí. Empezó a juguetear con mi colgante. Eso hizo que mi corazón se atropellase tanto que pensé que se me iba a salir fuera.
- Me gusta – acariciaba el águila con sus dedos, no paraba de mirar el colgante.
- Me lo regaló mi padre, antes de venir aquí. No me lo quito nunca – apunté.
- Yo también tengo uno – se sacó un pequeño colgante en forma de media luna. Lo toqué, detrás ponían ‘Siempre’.
- ¿Siempre? – pregunté.
- Sí, es la palabra que menos uso, pero que a la vez a la que más importancia le doy. – Solté el colgante.- Es muy antiguo.
- Es bonito - ¿Qué voz era esta? Jajaja no parecía yo.
- ¿Sabes? Es raro, estoy tan acostumbrado a que me chilles, que oírte hablar en un tono normal es sorprendente - ¿leía el pensamiento?
- ¿Quieres que te chille que es bonito?
- No no déjalo – se quitó las gafas.
- Mmm creía.
- Me gustas más cuando no chillas - ¿le gusto? Alex ya.
- Me pinchas mucho – a pesar de todo seguía hablándole con el mismo tono.
- Lo sé, pero no sé cómo sacarte conversación – ridículo.
- Ahora estamos teniendo una conversación ¿no? - inquirí.
- Sí, pero solo porque me estoy controlando, pero creo que no me queda mucho.
- Mucho ¿para qué? – me hice la tonta.
- No te lo digo, empezarías a chillarme.
- Jajaja a lo mejor no – le desafié.
- Mmm eso suena a reto – era extraño, todo esto lo estábamos haciendo a tan pocos centímetros el uno del otro que no sé cómo no me había desmayado ya.
- Es que quizás lo sea.
- Mmm – ahora paso de mi colgante a mi pelo, empezó a liar sus dedos en él. Se acercó a mi oído, su aliento me hizo tener un escalofrío – ¿sabes qué?
- ¿Qué? – cada vez estábamos más cerca.
- Tengo ganas de besarte – un suspiro emergió de mi boca, dejando ver las ganas que yo también tenía de hacerlo.

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