Alexandra Lutter Domich.
La chica más rara de todo Dubái, aunque ahora también lo sería de la isla de
Arran porque parecía ser que nos mudábamos, o al menos eso me dijeron al
llegar del instituto.
Era
un día normal, salía el sol por las mañanas y volvía a esconderse al caer la
noche, yo había salido justo a las 7 para repetir mi rutina diaria, ir sola al
instituto, pasar allí las 6 horas reglamentarias y volver sola a mi
casa donde estaría de nuevo sola para no perder la rutina. Pero claro ese día
el destino quiso romper esa rutina, porque al llegar me encontré con
mis maletas en la puerta, las de mi madre a su lado y mi padre ayudando a
empaquetar la mitad de los libros que teníamos en el salón. Ambos se giraron, y
con una gran sonrisa me comunicaron que le habían dado un trabajo a mi madre
fuera del país y que lo había aceptado sin pensárselo por lo que
nos mudábamos. Exacto, nos mudábamos pero solas mi madre y yo,
mi padre debía de cuidar de la pequeña tiendecita que tenía justo al cruzar la
calle, una tienda que no nos suponía grandes ingresos por lo que no lo entendí,
tampoco entendí ese gran trabajo que nos hacía cruzar medio mundo en busca de
él. Pero mi madre era la guapa y casi famosa Adelina Domich, digo casi porque
si realmente fuese famosa la gente se pondría su ropa, aunque nunca he dudado
de su maravillosa imaginación. Pero parecía que llenaba las pasarelas o al
menos eso le dijo su jefe. Así que allí estábamos, en un bloque de pisos
donde compartíamos mundo con 5 familias más, pero no pasaba nada,
aquí no había hecho muchas amistades... bueno realmente no había hecho ninguna,
no congeniaba con nadie, no sé si sería culpa de ir siempre con un libro entre
las manos sin levantar la vista de él y tropezándome con todo ser
viviente que fuese por mí misma acera. Pero supongo que sería por eso, por culpa
de los libros, mi pasión y la pasión de mi padre que me la había inculcado
desde pequeña, empezando por provocarme pesadillas con las historias de las
tribus sharet hasta comprarme un libro por semana y terminar por no regalarme
ninguno porque estaba creando un agujero económico en la familia por culpa de
mi adicción a ellos. Palabras exactas de mi madre.
Mis
padres, ellos eran todo lo diferente que se puede ser entre dos personas, él
era tranquilo y mi madre era un terremoto, mi padre había tenido que dejar la
carrera para trabajar, mi madre pudo terminarla y medio vivir de ella, mi padre
mostraba el cariño y mi madre buscaba aprobación por todos los
rincones. Pero el destino los llevo a conocerse en esa carrera en común donde
empezaron su vida, y ahí quedaba su memoria ya que no se acordaban de cómo
comenzó todo, de hecho decían siempre que una de las cosas que los unía era que
tenían la misma memoria, o sea ninguna.
Mi
padre terminó de empaquetar todos los libros y los selló, los metió en el taxi
que ya nos esperaba en la puerta y junto con ellos nuestras maletas, yo en
cambio seguía allí clavada en el suelo mientras todo pasaba rápido a mi
alrededor, el taxista perdía la dirección del aeropuerto, mi madre se la volvía
a indicar, mis maletas en el coche y mi padre acercándose a mí con un rostro
duro haciéndole honor a esa frase suya de ''las personas
se hacen fuertes gracias a los momentos difíciles''. Pero yo no me estaba
haciendo fuerte, yo tenía lágrimas en los ojos y no quería irme ni alejarme de mi
padre, ya que sabía que no lo vería en mucho tiempo. Cuando se acercó traía en
sus manos un pequeño paquete con un bonito lazo azul que me tendió y me dijo
que abriese. Le hice caso y del paquete saqué un bonito colgante, donde bailaba
un aguilucho que envolvía un zafiro precioso, tras ponérmelo, me
dio un beso y me dijo:
-
Es un amuleto, ¿es bonito verdad? Era de tu abuela, fue lo único que
encontraron en el incendio, es decir, lo único que sobrevivió - me susurró con
unos ojos cristalinos guardianes de tantas experiencias- así que significará
algo, no te lo quites nunca cielo.
Yo
no contesté y volví a abrazarle como tantas veces había hecho ya. Después probé
a insistir en lo que había pedido mil veces ya a mi padre:
-Papa,
por favor déjame quedarme contigo te prometo que no te daré ni el más mínimo
problema… por favor – le dije entre susurros y sollozos.
-Alexandra,
hija ya es bastante duro para mí que os vayáis sin mí como para que me lo
pongas más difícil.- me dijo simulando un tono enfadado, que no me creía,
siempre se había resguardado en esa mascara de padre duro que pocas veces se
rompía.
-Lo
siento
-Venga
Alexandra, nos veremos pronto - Y con un beso en la frente selló la despedida.
-Nos
tenemos que ir o perderemos el avión, adiós cariño – susurro mi madre mientras
le daba un beso apagado a mi padre.
Nunca
la había visto comportarse de esa manera tan fría con él, como si él hubiese
sido el culpable de que nos tengamos que ir fuera, no lo entendía mis padres
siempre habían estado muy unidos pero últimamente solo habían sido peleas y más
peleas, que iban acompañadas de falsos intentos de que yo no me diese cuenta de
nada, pero no surgieron efecto. Así que subimos al taxi, con mis ojos
clavados en los de mi padre, con mis dedos en el cristal como si este me
pudiera llevar de vuelta a mi hogar. El coche arrancó y comencé a alejarme,
recibiendo tensas miradas de mis vecinos, árboles moviéndose a
mi alrededor y desconocidos ajenos a lo que yo estaba
sintiendo en ese momento.
Al
llegar al aeropuerto, entregamos los billetes y nos subimos al avión, por
suerte no me tocó en un asiento contiguo con mi madre ya que el interrogatorio
sería duro, cuando llegué a mi sitio una joven me recibió con una gran sonrisa,
apartando su bolso de mi sillón.
Durante
el viaje tan solo me dedicaba a juguetear con el colgante y en pensar en los
miles de kilómetros que me separarían de mi padre, de mi vida. Así
que mientras yo cerraba mis ojos, aquel gran pájaro con alas tomaba
altura para volar alto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario