Salí rápida de detrás de
la puerta, cuando le vi tirado en el suelo mirándose el costado, mirando como
en dos segundos toda su camiseta se había ennegrecido, al igual que mis ojos
cuando lo vi de esa manera. Corrí para ver que le había pasado, me agaché pero
sus manos me retiraron en un suave empujón que me desequilibró y me tiró al
suelo, a medio metro de él.
-Apártate, no necesito tu
compasión, ni siquiera tu ayuda. No me pasa nada – me gritó las palabras, con
unos ojos enfurecidos, que me miraban intensamente. Intentó levantarse pero las
fuerzas le fallaron y volvió a caer, ignorando sus gritos me incorporé para
ayudarle, pero recibí de nuevo su voz oscura - ¡No entiendes nada! Te he dicho
que me dejes ¡joder! - para cuando encontré las palabras para contestarle, sus
ojos ya se habían cerrado, Noam se había desmayado justo a mis pies.
-Llamad a alguien y que
se lo lleven a la enfermería. - La orden de mi padre sonó en mi cabeza como si
hubieran martilleado. En unos segundos se llevaron a Noam que aún permanecía
inconsciente con la camiseta totalmente empapada de sangre y con los labios muy
morados. Mientras tanto yo me comenzaba a marear. Su risa inundó mi cabeza. -
jajaja Alexandra, te mareas con la sangre ¿sabes que vas a tener que matar a
personas? Que irónico, te mirarán, te suplicarán y te matarán si no lo haces tú
antes – me fui levantando poco a poco, resistiendo a la necesidad de mi cuerpo
de caerme en redondo y no volverme a despertar. A su vez mi padre se acercaba a
mí.
-¿Te divierte la idea de
que tu hija vaya a matar a personas?
-¡Anda! Ya has admitido
que vas a matar a personas, vas avanzando Alexandra tal y como yo esperaba de
ti.
-¿Qué esperas exactamente
papa? No soy tu muñequita, no soy tu sucio sicario.
-¡Oh, Alex! Por supuesto
que lo eres, vas a matar, vas a torturar y vas a ver morir a decenas de
personas ante tus ojos, y ¿sabes lo que vas a hacer al respecto? Nada. Nada
porque tendré en mis manos a tu madre y le cortaré el cuello si intentas salvar
a alguno de ellos ¿entiendes?- me susurraba al oído, y me ponía la carne de
gallina.
-¿Sabes papa? No te tengo
miedo.- le dije, con una voz firme, aunque me temblase el corazón, mientras me
giraba para ponerme cara a cara con él – y ¿sabes otra cosa? No me da asco la
sangre. - le susurré con la misma voz espantosa y ennegrecida que él me había
puesto, mientras le clavaba el cuchillo que Noam había dejado allí mismo,
mientras le clavaba mi orgullo en su interior. Mirándole a los ojos, le saqué
el cuchillo y se lo tiré a los pies mientras él caía de rodillas, mientras
todos los allí presentes se quedaban sin palabras y yo me iba adentrando en la
masía, sin mirar atrás.
Entré en mi habitación y
esperé el tornado que me amenazaba. Le esperé con los brazos abiertos, no iba a
volver a obedecer, porque no iban a matar a nadie más, yo no iba a matar a
nadie. Allí sentada comencé a recordar las innumerables líneas del libro que
esa noche me había bebido y del cual había arrancado algunas páginas que me
habían parecido importantes.
Me costaron 10 minutos
para que Tara acompañada de dos hombres y de una sonrisa de satisfacción,
saltasen a mi habitación y me agarrasen como si de un monstruo se tratase.
-Esta vez no hay vuelta
atrás en lo que has hecho Alexandra.
-No, no la hay Tara.
Me agarraron de los
brazos, me tiraron con fuerza, me pegaron y se ensañaron conmigo, pero yo no mostré
resistencia. Les dejé hacer conmigo lo que quisieron, le dejé a Tara que me
arañase la cara hasta ver en sus manos correr las gotas de sangre, pero no
hablé, ni chillé. Esperé a que ese tornado descansase y se fuera de mi vista.
Esperé a que ese tornado dejase pasar a la calma, que llegó con el señor mayor,
que pasó a mi habitación con una mirada impenetrable.
-Alexandra Alexandra,
toda la confianza que puse en ti... ¿Para qué? Yo de veras creí que estabas de
nuestra parte y me ha dolido Alexandra.
-Nunca, en la vida,
estaré de vuestra parte – le grité desde el suelo.
-Entonces creo que tu
madre se va a alegrar de ver...
-¡No! No se va alegrar de
nada ¿sabes por qué? - me puse en pie dejando un charco de sangre a mi lado, me
puse a la altura de sus ojos- porque como la toques no vas a conseguir nada de mí,
¿entiendes? Nada, y luego te arrancaré extremidad por extremidad, hasta que me
supliques que pare.
Tras esto un fuerte
golpe, que me dejó justo donde empecé, tirada en el suelo de una habitación a
la merced de mis enemigos, a la merced de mi padre.
El sol había empezado a
cerrar los ojos, mientras el frío volvía a calarme los huesos,
el rocío volvía a empapar las paredes oscuras que me rodeaban. Los
llantos de aquel niño abrían de nuevo un nudo en mi interior y mis brazos solo
alcanzaban a abrazar mis rodillas que temblaban del frío otra vez
despertaban los gritos en aquel pasillo infernoso que cruzaba las miradas de
decenas de ojos llorosos y temerosos de ver por último a esa persona, de ver
pasar el último escondrijo de su vida. El tiempo había parado justo allí, sin
un minuto más ni un minuto menos, mi tiempo aún seguía congelado en sus ojos,
en cómo se cerraban de golpe sin pararse a despedirse de mí. Rendida. Asustada.
Cansada. De nuevo volvían a resurgir los latigazos, de nuevo volvían a
preguntarme donde estaban y de nuevo volvía a decirles que no, que no iba a
hablar, que me tendrían que matar para sacar algo de mí. Tras mi último
encuentro con mi padre, se habían empeñado en sonsacarme que era aquello que
necesitaban para lograr el poder, querían la espada de la que me había hablado
Nico, querían saber dónde se escondían ignorantes de mi propia
ignorancia. Y es que después de tantos días sola, entre cuatro silenciosas
paredes y apenas un claro de luz, había sellado mi boca con lágrimas y había
jurado a aquel trozo de luna que alcanzaba a ver no decir nunca donde estaba,
donde estaba ella, donde estaba la que podía librar cualquier batalla, donde
estaba esa espada. Volvieron a pegarme, pero ya no sentía dolor, solo cerraba
los ojos y esperaba a que terminara todo, para volver a mi celda, para volver a
odiar cada uno de los centímetros de aquella persona, aquel mentiroso que me
había dejado allí, sin importarle nada, sin importarle su propia hija.
Me tendí en el suelo y
volví a rehusar aquel plato de comida, que le negaban a todos aquellos que me
rodeaban, ellos que sabían quién yo era y que no comprendían porque me hacía
todo esto, volví a esperar un día más, ya iban 3, infinitos minutos. Como cada
noche justo a las 12, venía uno de los suyos para llevarme a una celda alejada,
más sola, para volver a intentar que hablase, esta vez iba encapuchado, me
dirigí a la celda, en la que no había barrotes absurdos ni si quiera
una inútil ventana, tan solo cuatro paredes, una silla y una puerta.
Claustrofobia. Respiración veloz. Pulmones sin llenar. Olor a sangre.
Me senté como cada día y
el encapuchado cerró la puerta con un suave toque. Tras esto se
deshizo de la capucha, dejándome verlo. Esta vez no había una sonrisa
maliciosa, no habían manos vengativas, no había sangre ni tampoco habían
cuchillos. Que irónico. Esta vez tan solo habían dos grandes ojos verdes.
Jolin con alex...
ResponderEliminarbesis guapi,
por cierto estoy de
SORTEO en http://bonitayguapita.blogspot.com.es/
Ahora mismo me paso guapa :)
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