Me quedé allí plantada,
observando el gran cuadro de contrastes que se alzaba a mí alrededor.
Encontraba una peculiar belleza en todo aquello, una luna que presidía un
refugio, un escondite cubierto de piedras, de ventanas cerradas y de oscuridad.
Era en cierto modo lo que más resaltaba de aquel lugar, aunque podía observar
las pequeñas casas que había gracias a las antorchas que en sus paredes
descansaban, aunque podía además mirar más allá del límite de mis ojos, no veía
nada. Solo percibía oscuridad, encierro y soledad. ¿Conoces la sensación de oír
numerosos sonidos pero no escuchar ninguno? Era exactamente eso lo que yo
sentía, escuchaba como búhos, grillos y más criaturas rodeaban ese lugar, pero
no escuchaba nada, ¿por qué? Porque la gran masía de Los otros, era un lugar
muerto.
Mi padre me guiaba, me
ayudó a sortear las pequeñas casas que había y mientras lo hacía yo podía ver a
través de sus ventanas, mesas y sillas vacías, sin nadie. En nuestro frente se
alzaba la masía, un gran fuerte de piedra que con dos antorchas a sus lados y
una alfombra de escalones nos daban la bienvenida. Subimos las escaleras llenas
de polvo y pude escuchar cómo iban llegando los demás; como de nuevo se me
encogió el corazón cuando al volver mis ojos, tropecé con los suyos.
Al entrar, se hizo la
luz, decenas de llamas doradas adornaban las paredes de aquel lugar,
acompañadas de numerosos animales colgados, que parecía que fijaban sus ojos
inertes en mí. Fuimos a parar a la parte más alta de unas imponentes escaleras
que bajo nuestros pies nos permitían llegar a más escaleras que seguían
adentrándose en el corazón de aquel lugar. Seguí a Tara y a mi padre, que
continuaban bajando escaleras, cientos de escalones quedaron a nuestras
espaldas testigos de aquel silencio que se hacía hueco entre nosotros tres.
Cuando bajamos del todo, llegamos a un amplio salón que con sofales oscuros y
repleto de estanterías vacías se sentaban en torno a una chimenea donde las
chispas del fuego me quemaban los ojos.
-Puedes sentarte, Tara y
yo tenemos que ir a ayudar con las ar... Bueno con el equipaje.
-Puedo llevarla a su
habitación y así mañana estará más que perfecta para esta semana de
entrenamiento.
-Está bien, acompáñala
pero luego vuelve inmediatamente – mi padre se mostraba dubitativo y muy
desconfiado, miraba a Tara con temor. Sin embargo y a pesar de esto, abandonó
el salón dejándonos solas.
-Bien, vamos, es por
aquí.
Entramos en un largo
pasillo a la derecha de la estantería más alta, Tara cogió una antorcha y me
empujó metiéndome de lleno en ese estrecho páramo que se extendía ante mis
ojos. Intenté hablar, no podía perder un solo minuto, necesitaba saber más.
-Has dicho una semana, ¿y
luego que?- le pregunté.
-Sí, una semana, para que
todo esto acabe – se mostraba distante y respondía ausente.
-¿Pero habrá una lucha?
Quiero decir, ¿una batalla como la de los libros de caballería?
-¿Tienes miedo? Según
todos, no lo deberías de tener Alexandra. - Tras dejar atrás numerosas puertas
y cuadros, se paró ante una que lucía de nuevo el símbolo del aguilucho, esta
vez de oro – Y si, será una batalla, solo que en esta morirá gente de verdad y
ganarán quienes más fuertes sean. Esta es tu habitación.
Y de esta forma se fue,
dejándome en la puerta, mientras el aguilucho me miraba.
Entré en la habitación, y
para mi sorpresa, más escaleras. Ante mis pies, un pequeño trecho de madera que
en una de sus esquinas poseía una escalera por la que bajé, justo debajo, una
cama con una gran colcha roja con decenas de cojines. Un tocador con un espejo
roto por algunas de sus esquinas, estanterías repletas de polvo y con algunos
libros abandonados, y finalmente una imponente lámpara que descendía desde el
techo hasta poco más de dos metros de mí. Las paredes volvían a ser de piedra,
sin ventanas, lo que hizo aumentar aún más mi claustrofobia.
Me tendí en la cama,
sintiéndome en un mar rojo que me hacía sentir pequeña, muy pequeña. Pero algo
me sobresaltó, escuché crujir la madera, escuché tres pasos y una sola
respiración porque la mía se había congelado. Tras esto una cerradura que
sellaba el ataque que me había dado.
Muy despacio, paso a
paso, pisando con miedo e intentando no hacer ruido con mi respiración subí los
escalones de madera con el corazón muy acelerado. ¿Y que encontré? No lo sabía,
era algo envuelto en una bonita tela de terciopelo rojo, lo cogí y lo desenvolví,
un libro. Un libro que por el polvo debía de ser muy antiguo, un libro muy
denso que en su portada contaba con un símbolo, dorado que resaltaba sobre el
marrón apagado del libro. El símbolo, un círculo rodeado de cintas doradas que
se entrelazaban unas con otras, grabadas con palabras extrañas que no entendía.
Lo abrí y allí estaba, una rosa seca con un color ya apagado, a su lado un te
quiero.
Hola! (✿◠‿◠)
ResponderEliminarSoy Arya del blog El Rincón de Arya
http://elrincondearya.blogspot.com.es/
es hermoso como escribes =)
Me gusta mucho tu blog, te sigo!
Besos.
Dios mio me encanta tu novela. Me he enganchado. No me puedes dejar con estas ganas. Te seguiria pero no se como se hace desde el movil.No pares de escribir.Creo que te tengo agregada en tuenti. Un par de besos de una tal Raquel. Esta novela es buenisima
ResponderEliminarMuchísimas gracias Raquel, ahora mismo me ponía con una nueva página de Corazón de Ángel, así que espero que te siga enganchando aún más. Un abrazo inmenso.
Eliminarme gusto tu blog, muy lindo!
ResponderEliminarMuchas gracias, espero que te siga gustando! Y sigas dejando tu opinión.
Eliminar