Me quedé con su sonrisa de cal y esa pizca de luz que me hizo soñar de nuevo

El corazón tiene cuerdas que es mejor no hacer sonar. Charles Dickens.

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lunes, 17 de octubre de 2011

Página 55. Mi ángel de la guarda.

Y entonces vi en sus ojos que era cierto, que el brillo de sus celestes ojos le decían al mundo que prefería ponerse en peligro antes de que me pasase algo a mí. Había estado tan ciega que no había escuchado todo lo que Nico me quería decir, todas esas cosas que me dijo, todas esas caricias y abrazos que me dio a cambio de nada, una sensación extraña la que sentí en ese instante, la de tener a alguien justo en frente de mí que daría la vida por estar conmigo. Y no se el motivo, no se la razón, pero justo segundos después de esas palabras que me llegaron al fondo del corazón, me eché a sus brazos le abracé tan fuerte como mis fuerzas me lo permitieron, respiré hasta el último poro de su piel y sentí como su amor me envolvía todo el cuerpo, sentí como sus manos acariciaban mi espalda, sentí como me apretaba fuerte a él. Entonces levanté lenta la vista y a tan solo 4 centímetros de mí, estaba él. Mi ángel de la guarda. Y fue la sensación de mi cuerpo, la electricidad que tenía en él, la que me arrastró a sus labios. Unos labios húmedos, que en un principio se quedaron paralizados, quietos, sin un movimiento alguno, pero que al despertarse comenzaron a entregarse. Un beso intenso, con ganas, un beso en la oscuridad de la noche donde yo me resguardé del mundo y gracias a ese beso recobré la luz que había ido perdiendo segundo a segundo. Cuando retiré mis labios de los suyos no me atreví a mirarle a los ojos y me quede contemplando la puntera de mis zapatos. Nico en cambio subió mi barbilla a la altura en la que pudiese verle los ojos. Una sonrisa se trazaba en su cara, una sonrisa que me robó el aliento.
-Eres lo mejor – no supe que responderle. Así que recurrí a la sonrisa. Pareció valerle. - ¿Vamos a salvar a Caly vale?
-Eso espero, tengo miedo – le contesté.
-Ibas muy decidida antes.
-No me quedaba de otra.
-Ahora sí. Vete al hotel, yo me ocupar...
-Ni lo pienses, yo voy contigo- le corté.
-Sabía que te negarías.
-¿Entonces por qué preguntas?
-Porque siempre existe un si entre 1 millón de noes.

Comenzamos a andar, dejando atrás la plaza y nos plantamos justo enfrente de la puerta que daba a esos viejos almacenes. Miré a Nico y me armé de valor abrí la puerta y me adentré en la oscuridad de ese sitio, en la oscuridad de la ciudad, en la oscuridad de mi propio ser.

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