No hubieron más palabras,
tan solo quedaron mis ojos clavados en su rostro apagado, trague saliva, note
mi corazón a 300 por hora, pero no conseguí mediar palabra. Él, Noam, lo había dicho
y yo repetía sus palabras en mi mente para no olvidarlas, para grabarlas en mi
cabeza a fuego. Note como se me enrojecían los ojos, noté como mis lágrimas
comenzaban a empapar mis mejillas y yo no podía apartar mi mirada de él. Noam
tan solo respiraba y conducía, mecía el aire con mucho cuidado dejando que
saliera tranquilamente entre sus labios, no habló, quizás esperando una
respuesta de mí, que en aquel momento tan solo sentía miedo, no de ellos, no
del dolor, sino tan solo de perderle ahora que sabía la verdad. Quería darle
ese valor para parar el coche y mirarme, pero no podía hablar. La noche seguía
pasando reflejada en los cristales de aquel cuatro ruedas que nos dirigía y nos
llevaba firme hacia adelante, el frío seguía calándome las manos que estaban
blancas como la cal que temblaban como si notasen el peligro que se despertaba
a nuestras espaldas.
Me quedé dormida, casi
una eternidad, el sol empezaba a levantar sus pestañas para dar un soplo de luz
a aquel lugar al que habíamos llegado a parar, el paisaje nada tenía que ver
con aquellas rocosas montañas que rodeaban la masía, en cambio nos encontrábamos
en medio de unos altos árboles que nos daban la mano y nos daban paso uno a
uno.
-¿Dónde estamos?-
pregunte con el primer aliento que se me vino a los labios.
-Ya estamos
llegando–susurró, dejando caer las palabras con delicadeza, una inexplorable delicadeza.
El amanecer nos
perseguía, intentando cogernos, recorriendo el cielo a la velocidad de la luz.
Noam paró el coche a un lado del camino por el que íbamos hacía ya un rato,
paró el motor y suspiró. Bajamos, y noté el frescor verdecino del suelo, noté
la pureza del aire y la brisa fría que flotaba a nuestro alrededor. Los
árboles, de cientos de metros de altura se inclinaban ante nosotros y cantaban
una dulce melodía que le daba la armonía perfecta a aquel lugar. Comenzamos a
adentrarnos en aquel bosque de luz, andábamos muy cerca el uno del otro pero
las palabras aún permanecían mudas. De pronto, el móvil de Noam sonaba.
-¿Si?.. Si estamos ya
aquí... si exactamente en ese árbol. Está bien.- hablaba muy rápido pero apenas
expresaba emoción alguna, colgó el teléfono y me miró. - Ya vienen.
-¿Quién viene? -
pregunté.
-Tu madre. Ya están de
camino, tardarán pocos minutos en llegar, ya sabes pueden llegar muy...- las
palabras comenzaban a trabarse, respiraba muy deprisa y no paraba de evitar mis
ojos.
-Noam
-Ya todo pasó...ya...-
pero él no paraba de hablar
-¡Noam! No vas a venir
¿verdad?- clavó sus ojos en los míos y negó con la cabeza.- Entonces
yo tampoco voy a ir.
-Claro que vas a ir Alex,
tienes que ir, ahora que hemos llegado hasta aquí no puedes volver y dejar que
ellos te encuentren.
-¡Claro que no puedo
dejar que me encuentren! Pero sí que te encuentren a ti ¿verdad? ¿Cuándo voy a
poder elegir yo?- Le grité dejando salir mi rabia.
-¿Crees que yo les
importo Alex? Eres tú y solo tú lo que importa ahora y siempre.
-¿Dónde piensas ir Noam?-
le pregunté firme.
-Lo más lejos posible,
con suerte me seguirán y les haré perder el tiempo.
-Y cuando te encuentren
te matarán y todos contentos ¿no? - le chillé y le volví a chillar. - ¿Cuantas
jodidas veces te vas a alejar de mi Noam?
-No puedo ir contigo Alex
yo no soy como tu ni como ellos, simplemente no puedo entrar, este es tu mundo
y si puedes sobrevivir en él, debes estar aquí.
-No quiero.
-No te comportes como una
niña.
-¿Una niña? Vete al
infierno Noam.
-Precisamente es allí de dónde
vengo- contestó riendo.- Ven, por favor. - Me pidió al ver que estaba al límite
de mi misma.
Me acerqué a él y me
abrazó muy fuerte, inspiró todo el aire que me rodeaba y me lo devolvió
rápidamente. Yo sin embargo me refugié en él, en su pecho y en sus manos
acariciándome la espalda, busqué en cada rincón de nuestros cuerpos un
escondite donde huir, donde esfumarnos.
-Escucha, van a venir
pronto, quiero que vayas ¿vale?- volví a negarle con la cabeza- claro que si
Alex, ¿porque si a ti te pasa algo que me ocurrirá a mí? No puedes ser así de
egoísta.- comencé a llorar, pero no me apartó, me abrazó más fuerte secando mis
amargas lágrimas en su camisa arrugada.- Lo siento de verdad Alex, de verdad,
ojalá y pudiéramos hacerlo de otra manera, pero no la hay. No quiero que me
esperes ni siquiera que tengas la esperanza de volver a verme, por favor, no
quiero que estés mirando constantemente la puerta esperando a que aparezcan mis
manos o mis ojos. Adelante, siempre adelante ¿vale? Yo siempre estaré, aquí.-
Me dijo, señalando mi corazón que en aquel momento comenzaba a desmoronarse por
completo.- en tu corazón de ángel.
-Te quiero – susurré las
palabras a su corazón, que muy en silencio escuchaba atento, como de la boca de
Noam se escapaba una risa amarga.
-Yo también te quiero
Alexandra, te quiero y es lo más fuerte que haya sentido jamás, gracias a ti.
Después, un sello, una
llave que cerraba todo aquello que habíamos vivido, todas aquellas palabras que
habíamos dejado escabullirse entre nuestros labios, todos los recuerdos que
habíamos ido construyendo. Un beso, donde los suspiros dejaron todas sus fuerzas,
donde las lágrimas recorrieron nuestras caras a su antojo, donde el tacto de
sus dedos quedó grabado en mis mejillas y donde nuestros labios se despedían
por última vez.