Me quedé con su sonrisa de cal y esa pizca de luz que me hizo soñar de nuevo

El corazón tiene cuerdas que es mejor no hacer sonar. Charles Dickens.

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sábado, 11 de mayo de 2013

Página 68. Entre polvo y roca.


10, 15 o tal vez 25 veces me obligué a retirar mis manos de Noam, cada momento en el que me acariciaba para enseñarme alguna técnica, incluso pensé en fingir que no sabía llevarlas a cabo para volverlo a sentir. Sin embargo pude contenerme, sí, lo hice. Nos llevamos casi medio día entre simuladores, tierra, puños y moratones, ya que Noam no dudaba en defenderse y dibujar surcos morados por mi cuerpo, aunque yo también pude hacer algo, y es que en un gran golpe por mi parte Noam se había llevado un puñetazo en el costado que lo había dejado algunos minutos con dificultad para respirar, pero solo fueron minutos de gloria.  La tarde iba cayendo, aquel sitio se hacía más grisáceo conforme el cielo se cerraba e iba dejando momento a la noche, los árboles parecían haber callado con el sol y el viento haberse despertado con el chasquido de mis nudillos en cada golpe. Las personas iban saliendo de las tiendas de campaña y yo no veía el momento para descansar, totalmente agotada sentí un gran alivio al escuchar a Noam decirme que el entrenamiento había terminado, sentí como cada rincón de mi cuerpo daba gracias y comenzaba a contraerse en un claro signo de reivindicación de un lugar cálido y cómodo.
-Lo has hecho muy bien hoy Alex - me dijo muy bajito, mientras recogíamos los simuladores y los colocábamos en una pila justo debajo de un gran árbol que nos había estado dando sombra durante el entrenamiento.
-Tengo mucho que mejorar, pero supongo que está bien.-Contesté seca, o intentándolo.
-Si... Quería decirte que...
-Lo siento Noam, necesito que descansar - Le corté. Y me fui dejando atrás un profundo suspiro y unos ojos que caían al suelo, a las huellas que dejaban mis botas al irse.
Me dirigía a mi tienda de campaña cuando mi padre me paró y me dijo:
-Alexandra, no hace falta que vayas a tu tienda, vamos a coger los coches para irnos. Esto ha sido todo por hoy.
-¿Irnos a dónde? - le pregunté.
Pero no recibí ninguna respuesta, mi padre me dio la espalda y yo le seguí, hacia un coche que como dándome la bienvenida me esperaba con las puertas abiertas, nunca mejor dicho. Mi padre se sentó detrás, junto a mí lado, arrastrando mis ojos hasta la oscuridad de los asientos de cuero, dado que los tintados cristales no dejaban entrar ni una pequeña mota de luz. Y todo se puso en marcha, de lejos, se veían tiendas cerrándose, se veían coches dejando tormentas de polvo en el camino, se veían miradas oscuras sin ningún tipo de interés en lo que pasaba a su alrededor, dejando tan solo la desaparecida sombra de los árboles que al igual que nosotros se esfumó con la llegada de la noche.

De nuevo un deja vû, un viaje en coche, apenas ninguna pizca de luz, sin un destino conocido, incertidumbre, de nuevo no sabía cuánto había pasado, de nuevo me parecieron horas que pasaron lentamente disfrutando cada segundo. 
 -¿Por qué nos vamos?- pregunté en una voz apagada y muy baja.
 -Estas horas tan solo eran para asegurarnos de que nadie nos seguía, es una norma, debemos de quedarnos en el campamento para que nadie descubra realmente donde nos ''escondemos''- pronuncio esa última palabra haciendo las comillas con sus dedos.
 -¿Tan indefensos os creéis, que hasta os escondéis?
 -Somos más fuertes de lo que piensas Alexandra, somos más de lo que nadie espera.- Y así censuró la conversación que para mí dejó ver la real inseguridad que los inundaba    

El coche se movía bruscamente, deslizando sus ruedas por un camino escarpado, lleno de baches. Los árboles pasaban y pasaban reflejados en los cristales del coche, no se escuchaba nada, tan solo la respiración de quien conducía, de Tara, de mi padre y la mía propia. Conforme se iba acabando el día, se iba posando sobre mí, el peso de todo, iba descansando en mis hombros y en mi cabeza, que saturada parecía que me iba a explotar. Con mi mirada fija en la ventana, notaba como mi padre se revolvía en el asiento, sabía que nunca le habían gustado los viajes en coche, pero ¿que quedaba ya de mi padre?, él que siempre había sido mi héroe  el gigante que todo podía y que al final de la historia acababa traicionando a las personas que quería, haciéndoles daño, cegándolas, privándolas de estar juntas, preparando a su propia sangre para una batalla que hasta él mismo desconocía. Los minutos iban pasando y tras muchos árboles, por fin, las ruedas del coche pararon ¿qué me encontraría? un hermoso castillo estaba segura de que no, ¿una mansión exageradamente grande llena de telarañas? quizás, no sabía adonde habíamos ido, solo suponía que nos encontrábamos a algo de altura dado que mis oídos se taponaron hacía ya un tiempo. Mi padre se bajó del coche y yo le imité. Para mi sorpresa, lo que me encontré fue el paisaje más impresionante que jamás hubiera podido imaginar. Altas montañas se elevaban a nuestro alrededor, con sus picos escondidos entre las espesas nubes que bailaban a su alrededor, por lo que pude observar, habíamos subido por una pequeña carretera que abrazaba una de las montañas, llegando donde en ese momento estábamos  en un pequeño claro, insignificante, presidido por aquellas imponentes formaciones rocosas. Tara que se había mantenido en silencio en su posición de copiloto le indicó a mi padre que teníamos que seguir a pie, así que bordeando el claro llegamos a unas especies de escaleras que rodeadas de arbustos espinosos subía la montaña más cercana, haciendo surcos sobre ella.
Mi vértigo cada vez se iba haciendo mayor y con él, mi frío. La temperatura había bajado de golpe y mis labios sufrían la brisa congelada que nos acariciaba a cada segundo. La altura nos dejaba ver, como decenas de montañas se quedaban a nuestros pies, como cientos de árboles creaban una inmensa alfombra sobre el paisaje que se imponía bajo nosotros. Cuando ya pensaba, que mis pies no podrían subir medio centímetro más, llegamos.
Lo que me encontré fue casi desconcertante. Cuando subimos totalmente la montaña, esta se extendía aún más hacia todos lados, enlazándose con más montañas aún, era como un huracán de polvo y roca. Para mi sorpresa y muy a mi pesar, me di cuenta de que aún nos quedaban algunos metros por recorrer, ya que justo a la altura de nuestros ojos se extendía un repecho que en su punto más alto me dejaba ver una gran masía. Esta se dejaba observar con más claridad conforme la luna se hacía más grande en el cielo, al acercarnos cada vez más. Al llegar pude comprobar en primer lugar una especie de pequeño pueblo de dos o tres casas que rodeaban la masía, todas de piedra oscura y con tejados triangulares que descansaban sobre decenas de ventanas que con madera vieja y desgastada le daban un toque aún más siniestro del que ya tenía.


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