10, 15 o tal vez 25 veces
me obligué a retirar mis manos de Noam, cada momento en el que me acariciaba para
enseñarme alguna técnica, incluso pensé en fingir que no sabía llevarlas a cabo
para volverlo a sentir. Sin embargo pude contenerme, sí, lo hice. Nos llevamos
casi medio día entre simuladores, tierra, puños y moratones, ya que Noam no
dudaba en defenderse y dibujar surcos morados por mi cuerpo, aunque yo también
pude hacer algo, y es que en un gran golpe por mi parte Noam se había llevado
un puñetazo en el costado que lo había dejado algunos minutos con dificultad
para respirar, pero solo fueron minutos de gloria. La tarde iba cayendo,
aquel sitio se hacía más grisáceo conforme el cielo se cerraba e iba dejando
momento a la noche, los árboles parecían haber callado con el sol y el viento
haberse despertado con el chasquido de mis nudillos en cada golpe. Las personas
iban saliendo de las tiendas de campaña y yo no veía el momento para descansar,
totalmente agotada sentí un gran alivio al escuchar a Noam decirme que el
entrenamiento había terminado, sentí como cada rincón de mi cuerpo daba gracias
y comenzaba a contraerse en un claro signo de reivindicación de un lugar cálido
y cómodo.
-Lo
has hecho muy bien hoy Alex - me dijo muy bajito, mientras recogíamos los
simuladores y los colocábamos en una pila justo debajo de un gran árbol que nos
había estado dando sombra durante el entrenamiento.
-Tengo
mucho que mejorar, pero supongo que está bien.-Contesté seca, o intentándolo.
-Si...
Quería decirte que...
-Lo
siento Noam, necesito que descansar - Le corté. Y me fui dejando atrás un
profundo suspiro y unos ojos que caían al suelo, a las huellas que dejaban mis
botas al irse.
Me
dirigía a mi tienda de campaña cuando mi padre me paró y me dijo:
-Alexandra,
no hace falta que vayas a tu tienda, vamos a coger los coches para irnos. Esto
ha sido todo por hoy.
-¿Irnos
a dónde? - le pregunté.
Pero
no recibí ninguna respuesta, mi padre me dio la espalda y yo le seguí, hacia un
coche que como dándome la bienvenida me esperaba con las puertas abiertas,
nunca mejor dicho. Mi padre se sentó detrás, junto a mí lado, arrastrando mis
ojos hasta la oscuridad de los asientos de cuero, dado que los tintados
cristales no dejaban entrar ni una pequeña mota de luz. Y todo se puso en
marcha, de lejos, se veían tiendas cerrándose, se veían coches dejando
tormentas de polvo en el camino, se veían miradas oscuras sin ningún tipo de
interés en lo que pasaba a su alrededor, dejando tan solo la desaparecida
sombra de los árboles que al igual que nosotros se esfumó con la llegada de la
noche.
De nuevo un deja vû, un
viaje en coche, apenas ninguna pizca de luz, sin un destino conocido,
incertidumbre, de nuevo no sabía cuánto había pasado, de nuevo me parecieron
horas que pasaron lentamente disfrutando cada segundo.
-¿Por qué nos
vamos?- pregunté en una voz apagada y muy baja.
-Estas horas tan
solo eran para asegurarnos de que nadie nos seguía, es una norma, debemos de
quedarnos en el campamento para que nadie descubra realmente donde nos
''escondemos''- pronuncio esa última palabra haciendo las comillas con sus
dedos.
-¿Tan indefensos
os creéis, que hasta os escondéis?
-Somos más fuertes
de lo que piensas Alexandra, somos más de lo que nadie espera.- Y así censuró
la conversación que para mí dejó ver la real inseguridad que los inundaba
El
coche se movía bruscamente, deslizando sus ruedas por un camino escarpado,
lleno de baches. Los árboles pasaban y pasaban reflejados en los cristales del
coche, no se escuchaba nada, tan solo la respiración de quien conducía, de
Tara, de mi padre y la mía propia. Conforme se iba acabando el día,
se iba posando sobre mí, el peso de todo, iba descansando en mis hombros y en
mi cabeza, que saturada parecía que me iba a explotar. Con mi mirada fija en la
ventana, notaba como mi padre se revolvía en el asiento, sabía que nunca le
habían gustado los viajes en coche, pero ¿que quedaba ya de mi padre?, él que
siempre había sido mi héroe el gigante que todo podía y que al final
de la historia acababa traicionando a las personas que quería, haciéndoles
daño, cegándolas, privándolas de estar juntas, preparando a su propia sangre
para una batalla que hasta él mismo desconocía. Los minutos iban pasando y tras
muchos árboles, por fin, las ruedas del coche pararon ¿qué me encontraría? un
hermoso castillo estaba segura de que no, ¿una mansión exageradamente grande
llena de telarañas? quizás, no sabía adonde habíamos ido, solo suponía que
nos encontrábamos a algo de altura dado que mis oídos se
taponaron hacía ya un tiempo. Mi padre se bajó del coche y yo le imité. Para mi
sorpresa, lo que me encontré fue el paisaje más impresionante que jamás hubiera
podido imaginar. Altas montañas se elevaban a nuestro alrededor, con sus picos
escondidos entre las espesas nubes que bailaban a su alrededor, por lo que pude
observar, habíamos subido por una pequeña carretera que abrazaba una de las
montañas, llegando donde en ese momento estábamos en un pequeño
claro, insignificante, presidido por aquellas imponentes formaciones rocosas.
Tara que se había mantenido en silencio en su posición de copiloto le indicó a
mi padre que teníamos que seguir a pie, así que bordeando el claro llegamos a
unas especies de escaleras que rodeadas de arbustos espinosos subía la montaña
más cercana, haciendo surcos sobre ella.
Mi vértigo cada
vez se iba haciendo mayor y con él, mi frío. La temperatura había bajado
de golpe y mis labios sufrían la brisa congelada que nos acariciaba a cada
segundo. La altura nos dejaba ver, como decenas de montañas se quedaban a
nuestros pies, como cientos de árboles creaban una inmensa alfombra sobre el
paisaje que se imponía bajo nosotros. Cuando ya pensaba, que mis pies no
podrían subir medio centímetro más, llegamos.
Lo
que me encontré fue casi desconcertante. Cuando subimos totalmente la montaña,
esta se extendía aún más hacia todos lados, enlazándose con más montañas aún,
era como un huracán de polvo y roca. Para mi sorpresa y muy a mi
pesar, me di cuenta de que aún nos quedaban algunos metros por recorrer, ya que
justo a la altura de nuestros ojos se extendía un repecho que en su punto más
alto me dejaba ver una gran masía. Esta se dejaba observar con más claridad
conforme la luna se hacía más grande en el cielo, al acercarnos cada vez más.
Al llegar pude comprobar en primer lugar una especie de pequeño pueblo de dos o
tres casas que rodeaban la masía, todas de piedra oscura y con tejados
triangulares que descansaban sobre decenas de ventanas que con madera vieja y
desgastada le daban un toque aún más siniestro del que ya tenía.
Tienes una nominación en mi blog omnalie.blogspot.com.es
ResponderEliminar